jueves, 29 de agosto de 2019

Monos



Monos (2019), cuenta la historia de un grupo de jóvenes guerrilleros que durante el cumplimiento de una misión pierden toda humanidad dentro de sí, se vuelven monos. ¿Es acaso está una parte de la historia del conflicto armado colombiano?

A diferencia de lo que muchos pueden llegar a creer, la película no habla  estrictamente del conflicto armado colombiano, pero a Alejandro Landes (el director), se le nota a leguas su estrecha relación con los más de 50 años de sangre derramada en los montes nacionales (ya se notaba en Porfirio [2011]), pues muchas de las situaciones allí planteadas llegarían a parecer irreales o exageradas, si no supiéramos qué en lo más oculto de nuestras selvas se han vivido tragedias de ese tamaño. Es sin duda una de las mejores películas de acción colombianas. 

Es moderna, pues enreda los comandos de una guerra con el carácter de las nuevas generaciones, lo cual resulta en niños que se divierten tanto jugando en un río o comiendo hongos, como espiando a su rehén o disparando. Es un grupo de jóvenes que mientras exploran la vida como cualquier adolescente, responden a su vez con una serie de mandatos guerrilleros en un contexto absolutamente salvaje. A lo largo de unos de los paisajes más impactantes y hermosos, este grupo de 8 jóvenes se aleja cada vez más de su lado humano y se va adentrando en su instinto más salvaje para sobrevivir, dejando en ellos seres mentalmente deshechos, con emociones corrompidas. La misma forma en que está hecha la película es tan mordaz y frenética que logra deshumanizarlos progresivamente, volverlos fieras, corrompidas por la sed de poder y el miedo. Es así como este grupo de amigos, capaces de aliarse para cuidar una vaca o jugar fútbol, finalmente también son capaces de encadenar a alguien del cuello como a un perro rabioso o de dejar huérfanos a unos niños.

El problema con las películas de acción es que mientras dura toda la parafernalia, la historia no se desarrolla, pero en Monos ocurre lo contrario, pues Yorgos Mavropsaridis, el editor (de Yorgos Lanthimos, el más reciente ganador al premio de la academia), le da a la acción un sentido más allá de entretener: entre más acción hay, más bestiales se vuelven los personajes, más instintivos y brutales, al punto en que esta realización tan aturdidora incluso pierde en ocasiones la atracción del espectador completamente cuerdo. Pero eso no es un problema, porque ese precisamente el objetivo de mostrar seres humanamente corroídos, que el espectador pierda la empatía con ellos. Por otro lado, la música, aunque bastante acertada, se vuelve intensa y repetitiva. Ahora, el diseño sonoro es exquisito y la fotografía está impresionantemente bien lograda a pesar de la condiciones tan hostiles del rodaje. En más de una ocasión me pregunté ¿cómo hicieron eso?

Finalmente esta película es única; es el retrato ficcionado de una guerra, que fácilmente puede estar compuesto de la tradición oral de las víctimas del conflicto, entendiendo como víctima tanto al secuestrado que se escapó y duró 3 días perdido en la selva, como al comandante que tenía órdenes de trasladar a su cuadrilla desde Boyacá hasta el Amazonas, pues no todos los que hacen la guerra lo hacen por decisión propia, a muchos les tocó.

Érase una vez en Hollywood


Erase una vez en... Hollywood (2019) cruza 3 historias que describen entre sí lo que fueron los años 60s en Los Ángeles.

Por un lado está Dalton (DiCaprio), un actor reconocido por los exitosos westerns de los 50s, quien representa a otro artista más que se llenó de polvo tras el fin de la Era Dorada de Hollywood. De su mano y ante su volante está Cliff (Pitt), su doble, a través de quien nos encontramos con los “malditos hippies”, Charles Manson y los emblemáticos cines al aire libre. Y del otro extremo está la dulce Sharon Tate (Margot Robbie) desafiando la historia estadounidense con la versión Tarantinesca de su despiadado asesinato. 

Aunque claramente es un Tarantino mucho más sereno y exigente, no deja de cambiar repentina y asertivamente el tono de lo que plantea, tener un soundtrack exquisito, sostener conversaciones en vehículos, sexualizar a sus personajes o tener una inadvertida, sangrienta y cómica escena de brutal violencia. Es un Tarantino que sostiene su calibre y se rehúsa a presentar una obra que no cumpla con sus estándares. Aunque esta película se extienda y carezca de la intensidad de sus pasados filmes, para los entendidos, no deja de mostrar un gran nivel de experticia.

Así como es capaz de quemar a Hitler en una sala de cine, también es capaz de burlarse acomedidamente de Bruce Lee y sus artes marciales, hacerle un guiño a Sergio Leone, o rendirle un hermoso homenaje a Sharon Tate. Es una película que tiene desde vaqueros, hasta la mansión Playboy, pasando por lanzallamas, Román Polanski o karate ¡y todo encaja!

Una de las cosas mejor logradas es la forma en que sus propias películas se hablan entre sí, esa especie de venia que se hace a sí mismo, y que al igual que el cambio abrupto de formato, hacen parte de la firma autoral de Tarantino, que nunca le queda mal caligrafiada en la pantalla.

Tarantino demuestra su amor profundo al cine con una pieza que en su escénica misma no solamente es cine, sino además, habla de cine. Y es tan así, que él sabe lo mal actor que es DiCaprio, y sin embargo lo pone a hacer el mismo maldito gesto que viene haciendo desde hace años, para tener el placer de burlarse de él en la pantalla grande con una niña que le dice al oído: esa es la mejor actuación que haya visto en toda mi vida.


miércoles, 7 de agosto de 2019

Wiñaypacha



Wiñaypacha (2017) es una película que habla de la importancia de estar, siempre hay gente que desea que estemos. Es una reflexión sobre la ausencia. Aunque hermosa e impactante, no es precisamente una buena película, es más bien una película importante ¿En qué se marca esta diferencia?
Cuenta la historia de dos ancianos que viven hilando lana en una choza hecha en piedra alrededor de los 5.000 metros sobre el nivel del mar, acompañados por la nieve, algunas ovejas y un paisaje majestuoso. El filme se entromete en sus quehaceres diarios, para acercarnos a sus rostros curtidos, a la importancia de tejer, sus rituales y creencias con la Pachamama, a la relación que ellos tienen con el viento y la falta tan enorme que les hace el hijo que los abandonó. El tejido de la historia es solamente una excusa para mostrar sus tradiciones y soledad, una bofetada certera a todos aquellos que los han olvidado.
La historia no es importante por lo que cuenta sino por lo que muestra. Si bien la narrativa tiene falencias de forma y contenido, Wiñaypacha es un filme importante porque retrata la forma de vivir de un pueblo, sus adversidades, su forma de relacionarse con la naturaleza, sus tradiciones y lo insignificantes que son para el Estado peruano. De hecho es la primera película hablada en aymara, una lengua resistente en los Andes peruanos, bolivianos y chilenos.
Óscar Catacora hizo este impetuoso y frío relato con sus abuelos, como el destello de un pueblo que se asoma a la desaparición en el abismo de alguna montaña rocosa en la cima de los Andes. Un bello filme absolutamente crudo, gélido y doliente.