miércoles, 22 de abril de 2020

La casa de los locos (Dom durakov)


La casa de los locos (2002) es una película rusa de Andrey Konchalovskiy, que nos traslada a 1996, cuando los chechenos respondían a los masivos ataques de Rusia. En la región fronteriza de Ingushetia había un manicomio que, a causa de la guerra, una madrugada amaneció sin doctores ni enfermeras.

Esta comedia absurda, en ocasiones equiparable en su técnica y su historia con Los idiotas (1998) de Lars von Trier, está basada en un hecho real. Los enfermos mentales, que en realidad parecen estúpidos, fueron dejados a su albedrío. Varios integrantes de ambos bandos pasarán a refugiarse en el hospital, conviviendo así con los enfermos, mientras a su vez la razón y marca de la guerra se irá equiparando con la demencia e idiotez de los hospitalizados. Un inteligente espejo de la guerra, reflejando a los imbéciles de un manicomio.

Alguno de los armados que arriba al hospital incluso tiene su propia crisis mental dentro de las paredes baleadas y vidrios rotos del lugar. Todos los que llagan allí tienen algún rayón en la psique, sin embargo el filme también proyectará una imagen sensible y humana, tanto de los militares como de los idiotas. Mientras los primeros lloran recordando haber visto a sus padres y hermanos morir, o buscan una inyección lo suficientemente fuerte para soportar el combate, los segundos se enamoran y guardan poesía con ellos. Entre su reflexión simbólica, Andrey evidencia cómo la nobleza e imparcialidad de unas personas totalmente limpias del odio que la historia humana carga consigo, alcanza objetivos con mejores estrategias que las violentas y despiadadas tácticas militares.

La guerra de Chechenia es una disputa territorial entre Rusia y los chechenos, que en realidad es una lucha por quien explota y cobra ganancias por el petróleo que hay en esta región. Un conflicto tan absurdo como que Brian Adams aparezca en una película rusa, como que una pelea de repente se torne en un baile tradicional al son de un acordeón, como que dos militares se hayan salvado el pellejo combatiendo en otro país por acaparar petróleo para los más ricos, y luego se vuelvan a encontrar al interior de un manicomio luchando contra ellos mismos por la disputa del petróleo de su propio país. Un filme tan claro, simbólico y contundente como eso.


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lunes, 20 de abril de 2020

Kaili blues



Kaili Blues (2015) es la primera obra del asombroso Bi Gan. Aquí, él hace una reminiscencia del tiempo y los sueños: un doctor debe viajar a un lejano y apesumbrado pueblo para encontrar a su sobrino y llevar un encargo de la compañera con la que trabaja. Durante su viaje, a bordo de un solitario vagón, se verá  inmerso en un olvidado y pequeño pueblo a la orilla de un río tan calmo como un reloj, en donde su pasado, presente y futuro convergen en un mismo tiempo, en un mismo sitio. Sin embargo, pareciera que él no es consciente de ello, su melancolía no le permite darse cuenta que está siendo testigo de su propia historia. A él simplemente lo llevan esos incomprendidos impulsos humanos que determinan tantas de nuestras decisiones, y nuestra vida ciertamente. Sin comprender exactamente el por qué o la nostalgia que esto le provoca, Chen se deja llevar por esos impulsos y, sucumbe sin resistencia alguna a reencontrarse y descubrirse en la inmensidad de tristezas que demarcan su vida. El espectador es el único en esta narración capaz de discernir la naturaleza de sus actos, asimilar las heridas oscuras del pasado de Chen, para así darle sentido a su aflicción y a la pobreza profunda que consume lentamente al marginado pueblo en que él hace una reminiscencia del tiempo y los sueños.

Un filme que explora una China tan profunda y mísera como olvidada, que recorre desde sus agrietadas calles hasta sus sucios antros, que hurga y penetra en la vida de un hombre arraigado a este olvido,  que es testigo de una tradición cultural resquebrajada por el tiempo, reducida a un mero mito. Un filme que a cuerda de símbolos y poesía pura, logra calcar con pulcritud la nostalgia que ahoga la vida de un hombre.


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Funan



Funan (2018) es un filme animado del descendente camboyano Denis Do. En él cuenta la brutal historia de una numerosa familia de clase media que se deshizo en tan solo 4 años, luego de que el menor fuera separado de sus padres mientras el recién instalado régimen comunista evacuaba a la población citadina para forzarlos a trabajar en el campo.

Los Jeremes Rojos fue un partido comunista camboyano que ganó fuerza como resultado de la guerra de Estados Unidos contra Vietnam. En abril del 75, mientras Estados Unidos se retira del territorio vietnamita, los Rojos derrocan al dictador militar al mando en Camboya y se toman Phnom Penh, la capital. Esta animación hecha a mano toma lugar ese mismo día. Las familias tuvieron que marchar, bajo el mando de los Jeremes, fuera de Phnom Penh, pero un niño, inocente y desprevenido se pierde de su familia entre la multitud. Desde entonces, la angustia e impotencia de sus padres empañará de esperanza y dolor los años que están por venir, durante los cuales los fuertes trabajos agrícolas a los que son forzados irán acabando con lo que resta de familia, y de país, poco a poco, convirtiendo la búsqueda de su hijo en un arduo y agotador intento por sobrevivir. Un filme intenso y doliente que muestra, no solamente la inutilidad de impartir una idea por medio de la violencia (pues el clima comunista en Asia estaba en ebullición), sino también la importancia de construir una sociedad respetándole los derechos humanos a los individuos, pues a los 4 años, luego de 2 millones de muertos y más de un millón de exiliados, Vietnam invadió Camboya y el régimen se acabó.

Las influencias de Frist they killed my father (2017) de Angelina Jolie y La tumba de las luciérnagas (1988) de Isao Takahata es innegable en este filme que Do hizo en honor a su madre y hermano, quienes tuvieron que resistir esta barbarie en carne viva. Un relato sensible y reciente en la historia de este país indo chino, donde muchos de sus habitantes aún tienen en su piel las cicatrices que les dejó este salvaje episodio, mientras tantos otros nunca pudieron reencontrarse con sus familiares desaparecidos. Todos buscaban un hermano, un hijo o una madre por entre los campos y selvas ensangrentadas camboyanas. Aunque la película trata con prudencia y excesivo tacto las atrocidades que conllevó este sistema político, con una hermosa y potente animación que permite a su vez intimar en las devastadoras emociones y tomar la distancia necesaria para afrontar una tragedia histórica de ese calibre, la verdad es que aún hoy hay una gran impunidad por crímenes de lesa humanidad cometidos durante esos 4 años por los Jeremes Rojos, tales como desapariciones, asesinatos, violaciones y esclavitud, sin contar el maltrato, el hambre, la separación de seres queridos y hasta el suicidio.


domingo, 19 de abril de 2020

The Mustang



The Mustang (2019) es la única película dirigida por la actriz francesa Laure de Clermon. Ella nos traslada a Nevada, Estados Unidos, en donde los caballos salvajes del desierto son llevados a la cárcel estatal para que los presos los domen, y luego los subastan. Así controlan el crecimiento poblacional de los animales, apoyan a los granjeros locales, auto-sostienen el programa y reforman a los prisioneros. Roman Coleman es un preso a quien se le asignó la tarea de domar al más brío de ellos.

Este emotivo desafío llevará a Roman, en una conmovedora interpretación de Matthias Schoenaerts, a afrontar sus delitos y el dañó que causó, amansando a un caballo tan orgulloso como él, pero que le brinda el amor y comprensión que necesita para hacer frente a la culpa que lo abruma y lo silencia. Un filme que muestra con admirable maestría el valor y la importancia de la rehabilitación sensible de los condenados, y los alcances de hacerlo con animales, pues aquellos presos que hacen parte de este programa, llevado a cabo en distintas cárceles de los Estados Unidos con caballos salvajes, tienen más altas probabilidades de reintegrarse a la vida civil sin reincidir.

A pesar del difícil ambiente de las cárceles, ligeramente esbozado por la película, este vibrante relato envuelve a su protagonista en un duelo interno guiado por la relación con su caballo, que lo incita a reconocer su error y perdonarse a sí mismo por lo que hizo, y liberarse. Proceso que no solamente es poético, sino supremamente provechoso en la restauración de una persona.

Teniendo en cuenta que muchos de los personajes son presos de verdad, con caballos salvajes reales, es asombroso el trabajo que se hace con los Mustang (los caballos provenientes de desiertos estadounidenses) para filmarlos y transmitir con sus ojos, sus músculos y hasta sus facciones, una fuerza emocional equiparable con el fraccionamiento interno que sufre Roman, cuando su responsabilidad se convierte en “civilizar” a uno de estos.  

Ciertamente es una lástima que los programas de incorporación a la vida civil de la mayoría de cárceles del mundo sean tan precarios y corruptos, pues allí hay una mina de oro y de paz.


viernes, 17 de abril de 2020

25 Watts


25 Watts (2001) es la ópera prima de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll, y es una pieza tan emblemática para Uruguay como Rodrigo D: No futuro (1990) lo es para Colombia, la ópera prima de Victor Gaviria. Una hace referencia a cine independiente estadounidense de los 90s (Richard Linklater) y el otro al neorrealismo italiano (Vittorio de Sica). Esta película acompaña a 3 adolescentes humildes, ingenuos y rebeldes durante 24 horas, en donde nos muestra cómo poco a poco van siendo absorbidos por lo más paupérrimo de su comunidad.

Con una cinematografía interesante y simbólica, y diálogos tan divertidos e impactantes como sus personajes, este par de directores nos sitúan en uno de los barrios más desvalidos y monótonos de Montevideo, donde los jóvenes, por motivos personales y sociales, pasan sus días sin hacer el más mínimo amague de algo productivo, como conectados a una pequeña planta de tan solo 25 voltios: Mientras Leche gasta la tarde buscando la forma de declarársele a su profesora de italiano, Javi piensa en cómo renunciar a su trabajo de conductor de un auto publicitario y Seba intenta comprar porno sin ser juzgado por ello. El filme se centra en desarrollar de forma dinámica y absorbente estas actividades pasivas, mientras va retratando el diario de esa ciudad grisácea y a esos personajes atrapados en su propio entorno, ausente de adultos y abundante de peligros.

Un filme que calca con inteligente potencia una generación llevada por la abulia y el desinterés, y que evidencia cómo paulatinamente esta falta de carácter ante la vida atraía a los jóvenes, casi que magnéticamente, hacia los rincones más abatidos de la sociedad, les encontraba un lugar allí.



Culpable (Guilty)



Culpable es una cinta india estrenada en Netflix en marzo. Este filme dirigido por Ruchi Narain (una mujer), lleva varios testigos frente a un “investigador” para esclarecer si una chica fue o no violada por un joven universitario. Y aunque el título aparentemente revele la respuesta antes de tiempo, no es acertado hacer una conclusión tan acelerada, pues muchas de las personas acusadas de violencia sexual en India, han volteado los casos hacia las víctimas acusándolas de difamadoras. Así que ¿quién es realmente el culpable en esta película?
Aprovechándose de la fuerza del movimiento #Metoo en India, una joven provocadora,  mentirosa y calumniadora acusa al hijo de un político de haberla violado. A partir de ahí un investigador totalmente ficticio se encargará de reunir versiones para esclarecer los hechos, sin embargo entre sus citados no está Tanu, la supuesta víctima, lo cual parece irreal e ilógico, por más patriarcal que pueda ser la mentalidad india. Narain hace aquí un balance entre entretenimiento y denuncia social, pues mientras nos envuelve en un filme lleno de misterio también va retratando un entorno peligroso para las mujeres, no solamente en las calles, sino a nivel institucional también: mujeres a quienes se les asesora que si quieren salir bien libradas lo mejor es no decir nada, mujeres a quienes les toca ganar voz a través de las redes sociales porque nadie las escucha, mujeres que crecen creyéndose a sí mismas con menos derechos que los hombres porque un patriarcado falopresor así las educó. Y eso tiene mucho peso para ser distribuido en una plataforma como Netflix. Además tiene un desenlace donde nos señala a nosotros como los culpables de esa impunidad que absorbe los casos de  violencia sexual en India, y que busca reivindicar a la mujer, en un discurso feminista que, aunque falto de potencia, es lo suficientemente explosivo para que el espectador quede satisfecho con lo que vio.

Por otro lado, el filme tiene cantidades abominables de información innecesaria, pero esto parece tener sentido en medio de este desfalco de Netflix: un “investigador” está intentando entender qué pasó la noche de San Valentín del 2018 en las instalaciones de la Universidad, y como en cualquier caso policial siempre tiene pistas que no llevan a ningún lado, pistas que confunden y desembocan en nada, y al ser este un filme que procura inmiscuirnos en el misterio de la investigación y la incertidumbre de la verdad, es totalmente válido e inteligente llenarnos de esa información confusa, hacerlo va totalmente acorde con las intenciones del filme. Lastimosamente eso no enmienda la hora que acaba de botar a la basura, pues entre tanta información volátil, hay cosas que ni confunden, ni aportan, ni restan, sino que simplemente sobran. Esto sin contar que los personajes están pobremente construidos y muy sobreactuados, que la película es ridículamente expositiva y que su diseño sonoro es poco profesional. ¡Qué mala peli!


lunes, 13 de abril de 2020

Yo maté a mi madre (J’ai tué ma mère)


Yo maté a mi madre (2009) es la primera película del canadiense Xavier Dolan, donde cuenta, con gran influencia autobiográfica, la relación de amor-odio de un adolescente con su madre. Allí, ella procura conservar su hijo como resarcimiento por no haber conservado al padre de este, mientras el joven, por su lado, busca formas desgarradoras de liberarse de esa atadura. En esta premisa se involucra Dolan para abrir las venas de un conflicto psicológico que afecta muchas familias monoparentales, y exponer las crisis emocionales que esto causa.
Tras esa búsqueda poética y colorida en sus películas, Dolan encarna a Hubert, un joven excéntrico, homosexual y obstinado que no entiende a cabalidad el conflicto que le causa la protección de su madre, y se fastidia de ella hasta aprisionarla de las muñecas y querer romper su vajilla. Él llena el filme de ira, desenfreno y de esa impotencia que causa el no entenderse a uno mismo cuando se entra a ese vaivén caótico de la adolescencia, que se mece con frenesí entre un grito de libertad y el conformarse con la comodidad del hogar. Mientras que Julie (Suzanne Clément), su madre, sólo procura criar a su hijo lo mejor que puede, soportando en silencio la rabia alborotada de este, conservando siempre su comprensión y sensatez. Ella equilibra la relación con mucha paciencia, sacrificio y un amor inconmensurable del que no cabe la menor duda.
Este retrato palpitante del amor incorruptible de las madres ante el insolente comportamiento de sus hijos, está lleno de potencia y resarcimiento, narrado con toda la poética del Dolan que tenía 20 años, y que ya entendía cómo plasmar en una pantalla las emociones más profundas y desequilibrantes de un individuo: él mismo.