sábado, 30 de marzo de 2019

Girl


Girl (2018), es una película belga dirigida por el ahora controversial Lukas Dhont. Allí, una joven trans se ensaña contra su cuerpo mientras se hace bailarina de ballet y espera la operación de cambio de sexo. Un sector de la crítica cinematográfica y de la comunidad LGBTQ presentaron una fuerte oposición al filme, por ser sádico, traumático y tener una fijación morbosa en el miembro sexual. ¿Qué tanto de esto es cierto?

Es una película con una historia muy densa, pero su estética es sutil, de colores suaves, con una cámara estable, que por cierto mereció una Caméra d’Or. Lara se acaba de cambiar de ciudad con su papá y su hermano menor para poder iniciar su proceso de cambio de sexo como un reinicio en su vida y su ser. Allí se inscribe a una de las academias más prestigiosas de ballet, pero no es la mejor bailando, y debe forzar demasiado su cuerpo para lograr su cometido como bailarina; las repercusiones de esto no sólo son físicas, también son fuertemente psicológicas, pues la inconformidad que tiene con el cuerpo en que habita, la arrastra a sitios demasiado oscuros. No hay una fijación en el cuerpo de un hombre deseando ser mujer, como un fetiche morboso. Hay un reflejo de la relación de una bailarina con su cuerpo (unos pies que le sangran por excederse en ejercicios), en la misma medida en que hay un reflejo del conflicto de una chica trans con su cuerpo, conflicto que se agranda exponencialmente al bailar con otras chicas, y compartir con ellas el vestier y las duchas. La forma en que se retratan estas relaciones es íntima, dolorosa y sin tapujos, pero con mucho amor y respeto. En eso radica el gol de este filme: habla de la transexualidad desde una perspectiva inexplorada, muy privada y difícil, y lo logra sin empecinarse morbosamente en ello, simplemente lo captura como parte de un compilado de circunstancias que conlleva las ansias de mirarse al espejo y no encontrar allí un cuerpo con el cual sentirse a gusto. Ciertamente es imposible hablar de la condición de un trans en proceso sin hablar de su cuerpo, sin mostrarlo. 

Es una película que expone a carne viva las dificultades psicológicas de los trans, pero también de las personas que están a su alrededor, sus padres y compañeros de escuela, quienes de algún modo también lidian con esta dificultad, lo cual le da una visión más amplia al espectador de lo que convivir con una persona trans implica. 

Por último, cabe destacar, en contra de aquellos que hicieron bloquear la

película de Netflix a principios del 2019, que este filme, dirigido y protagonizado por hombres no trans, fue acompañado por Nora Monsecour, una bailarina trans amiga de Dhont desde la adolescencia. Ella, la musa de la historia, avala el resultado final como “su historia”.


jueves, 28 de marzo de 2019

Para’í


Para’í (2018), es un filme independiente que desdibuja las fronteras que hay entre ficción y documental, realizado por el brasileño Vinicius Toro. Uno de los principales conflictos actuales de los grupos indígenas, es que sus jóvenes rehuyen a sus tradiciones y se inmersan cada vez más entre el caos de las ciudades, pero esta película no trata de eso, todo lo contrario. Cuenta la historia de una niña guaraní, que vive en la comunidad indígena más pequeña de todo Brazil, ubicada en el centro de São Paulo. A ella le atrae más su propia cultura, sus propias tradiciones. ¿Qué tan honesta es esta narración?

Esta es tal vez la película más importante de la edición número 59 del Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias (FICCI), pues su razón social es muy contundente y directa, y sin embargo, su cinematografía es sutil y lenta. Este filme de bajo presupuesto, un cine guerrilla, plantea una propuesta ficcionada, pero la realidad se le va sobreponiendo mientras la historia se desarrolla. Pará, la niña guaraní, un día encuentra una mazorca con algunos granos de colores (un tipo de mazorca que hoy en día en Brasil solamente se da en algunas regiones del sur, donde aún persisten también algunos grupos Guarani), y a partir de ese momento empezará a hacerse preguntas sobre sus tradiciones, su cultura, su lengua, su esencia y procurará que su abuelo le ayude a que esta mazorca multicolor germine. La película guía la historia con elementos de ficción que introduce en un contexto real, por tanto, aveces tiene diálogos previamente preparados, pero también tiene tomas que capturan la cotidianidad de sus personajes. Es así como desdibuja las distinciones entre ficción y documental, las mezcla con verdadera sutileza, hasta tal punto que el espectador siente que este es el retrato honesto de una comunidad fragmentada por la coyuntura del tiempo en que vive, pero que esta historia no es real, sólo su trasfondo. Ciertamente resultan forzadas algunas de las puestas en escena, pero eso no importa, porque el fin último del filme es hacer un experimento social, donde cuestiona la identidad de estos mismos indígenas desde sus propias entrañas, no hacer una peli de ficción, y en este sentido es lo suficientemente honesta.


Así que más allá de pretender ser una película que difumina los límites entre una mirada impuesta y una mirada más cercana a lo verídico, el filme plantea un dilema interesante a bordo de una niña indígena que disfruta tanto de su celular como de sembrar, ¿y qué si el cuestionamiento de los jóvenes indígenas no es hacia lo que son, sino hacia lo que han dejado de ser? ¿Y qué si se esas preguntas se le plantean a los ancestros del grupo indígena? Para’í plantea una película donde usa elementos de ficción para acercarse a la comunidad indígena con un montón de interrogantes, pero también para replantear la forma en que se mira a estas comunidades desde afuera. ¿Acaso es inverosímil que una niña indígena pretenda rescatar sus tradiciones mientras al mismo tiempo aprende informática? La película tiene un discurso repleto de cuestionamientos a la identidad y percepción de los indígenas, pero también es un soporte para la resistencia de sus tradiciones, es un dedo en la llaga del olvido de las propias costumbres, y en la llaga de la colonización (cuestión que no sólo le pesa a los indígenas).

martes, 26 de marzo de 2019

Van Gogh, a las puertas de la eternidad (Van Gogh at eternity´s gate)


Van Gogh at eternity´s gate (2018) es una película minimalista de Julian Schnabel, que incursiona en los últimos años de vida del artista que reinventó el expresionismo, en su arte, en su forma de ver el mundo, en su soledad, su relación con los otros, su abrumador contexto y su muerte. ¿Cuál es su diferencia, más allá de los aspectos plásticos, con Loving Vincent (2017)?
Como todas las películas alusivas a pintores, Van Gogh at eternity´s gate tiene un trabajo plástico alucinante, con un gran trabajo en la colorimetría, el diseño de producción, la fotografía, pero lo más acertado es que el trabajo del camarógrafo parece estar acorde con la técnica que usa Van Gogh para pintar, o al menos con la que la película nos muestra: da la impresión de que el camarógrafo, como Van Gogh, improvisan ante una escena que se les propone en frente. Lastimosamente esta sensación de compatibilidad y armonía entre Vincent y el camarógrafo no perdura durante todo el filme. Ya enganchados en la película, esta empieza a adentrarse más en los desequilibrios del protagonista, a incluir más diálogos, se banaliza la forma en que está grabada por la fuerte recurrencia de su técnica y empieza a desarrollar una historia que ya conocimos en Loving Vincent, de Dorota Kobiela y Hugh Welchman, una película estrenada el año inmediatamente anterior. Aunque la historia que relatan estas películas se sobrescriba en varias ocasiones, pues ambas tratan la misma época del pintor, y dé la impresión de que el mismo investigador vendió su estudio a ambos proyectos audiovisuales, también se complementan de algún modo. Van Gogh at eternity´s gate es una película más sensible y psicológica, nos acerca más a Vincent, nos envuelve entre la fragilidad de su mente, nos hace cómplices de su alma rota y en medio de su delirante mundo encuentra luces en su cordura, con contados, reveladores e impactantes diálogos. En Loving Vincent ni siquiera aparece Van Gogh.

(SPOILER) Por otro lado, la película deja un sin sabor en cuanto a su producción: hay un cuaderno lleno de dibujos que hizo Vincent en la época que estas películas representan, este fue encontrado en 2016, y Van Gogh at eternity´s gate empieza mostrando cómo llega Vincent hasta ese cuaderno, qué es lo que empieza a dibujar allí y cómo lo hace. Un importante fragmento de la película está dedicado al libro, pero luego desaparece y la película se enfoca en Van Gogh, en medirse con Loving Vincentre a ver cuál de las dos películas cuenta mejor la misma historia, y al final del filme reaparece el libro ¿No hubiera sido más barato producir un cortometraje?

domingo, 24 de marzo de 2019

Niña errante


Niña errante (2018), es la última entrega del director boyacense Rubén Mendoza, con la que se abrió el Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias (FICCI). Cuatro hermanas se conocen en el funeral de su padre; la menor, Ángela, debe atravesar el país en busca de un nuevo hogar. En este viaje las conocerá a ellas y conocerá otras facetas de su papá, descubrirá diferentes formas de dolor, cariño, soledad y alegría, pero tal vez lo más importante es que explorará la feminidad y el cuerpo como una indagación en sí misma, planteando así un cuestionamiento que se sostiene a su vez en la estética de las imágenes de la película: ¿Se le arrebata al cuerpo su faceta sexual si se le contempla como se contempla un paisaje?

Una película con una gran banda sonora, con personajes muy bien definidos, y actrices muy bien dirigidas, pero sobre todo, con imágenes que cargan consigo grandes sensaciones. El espectador va ahondando en la personalidad y forma de pensar de estas cuatro mujeres a lo largo del viaje. Paulatinamente empieza a distinguir sus circunstancias, su madurez, su mismo ser-en-el-mundo, pues la cámara se posiciona entre ellas como un personaje invisible, como espiando todo lo que acontece en este viaje, permitiéndole al espectador acompañarlas y conocerlas. Las cuatro cargan con la muerte de su padre, pero para Ángela esto parece tener un valor más importante, le afecta más que a las demás todo lo que tiene que ver con él. La película se empeña en ella, en exponer su forma particular de percibir el mundo, de llevar su duelo, de cuestionarse sobre su sexualidad, pues está en una etapa de grandes cambios en su cuerpo. El espectador se adentra en sus dudas sobre la feminidad, dudas que ella no sabe cómo abordar, y a través de sus ojos empieza a buscar respuestas: Ángela explora el cuerpo femenino por medio del cuerpo de sus hermanas, pero lo explora con desinhibida inocencia, y la cámara soporta este hecho, es detallista y delicada en la forma en que retrata el cuerpo. Sin embargo ella, en medio de la ingenuidad con la que busca respuestas, también carga culpa, pues por alguna razón siente que está violando la intimidad de sus hermanas al tratar de resolver sus propias preguntas. Particularmente, estas sensaciones se volcan sobre el espectador, el cual aborda con absoluta inocencia un compilado de imágenes preciosas que retratan el cuerpo femenino con vigor, detenimiento y, por qué no, respeto. Pero al mismo tiempo hay una sensación subterránea de “culpa” por atribuirle a dichas imágenes un valor sensual. En resolución al cuestionamiento inicial la respuesta es no: el cuerpo es, entre muchas otras cosas, un ente que repica en el concepto de belleza, y el ser humano es, entre muchas otras cosas, un ser sexual. Así que por más que se equiparen las hojas de un árbol gigantesco con los lunares en unos pechos, a este cuerpo femenino no se le puede arrebatar su sexualidad, sobre todo cuando la película misma, además de lo ya mencionado, toca temas como el embarazo, la menstruación, el crecimiento de los senos…

Sin ánimos de denigrar la que tal vez es la mejor película colombiana contemporánea, o al menos una de las que mejor cinematografía tiene, hay un sin sabor en esta road movie que explora la sexualidad femenina: desprestigia a los hombres de forma insistente, como desacreditándolos, lanzándoles puyas ¿Cuál es el objetivo detrás de esto?

Finalmente, hay algo muy interesante en la obra del graduado de la Nacional Rubén Mendoza: su evolución como artista cinematográfico. Ser el editor de Luis Ospina le abrió bastantes puertas en el medio, sin embargo su primera película La sociedad del semáforo (2010), fue una película muy inflada, pretenciosa y aburrida. Y su primer documental Memorias del calabero (2014), otro intento desesperado por dar voz, pero en donde primaba el “formato” para festivales, más que la responsabilidad social del relato. Durante el mismo año sacó su película de ficción La tierra en la lengua que aunque pretenciosa y festivalera, tenía más consistencia y mejor manejo de la narrativa, avances que también se notaron en el documental que estrenó al año siguiente El valle sin sombras. Un par de años más tarde, en el 2017, estrenó Señorita María, un documental necesario, destacado, responsable y muy bien realizado. Por último lanza Niña errante, en donde llega al clímax de su desarrollo artístico. Su evolución como cineasta ha sido evidente y muy trabajada, ha hecho todo un recorrido en el universo del cine, a través del cual se fue descubriendo y fue tomando forma como artista. Un camino muy notorio y destacado que hoy deja grandes frutos. Esperemos que logre superar su propio umbral con la próxima realización.

Para ver el trailer.

jueves, 21 de marzo de 2019

Un largo viaje hacia la noche (Long day’s journey into night)


Long day´s journey into night (2018), es la segunda entrega del director contemporáneo chino Gan Bi. Esta película cuenta la historia de un hombre que busca a una mujer que dejó atrás hace varios años, pero ciertamente la historia es lo de menos en este filme.

Una película cinematográficamente muy potente, que aunque colorida, increpa también en la estética del cine noir (un neo-noir), pero con una belleza superlativa en sus imágenes, que logran evocar a Wong Kar-wai. Un filme donde prima la forma sobre el contenido, haciendo más hincapié en las sensaciones que producen sus imágenes que en la historia que cuenta o las emociones que produce, por ejemplo: un autoritario plano secuencia en 3D de 50 minutos. Y no siendo suficiente todo este despliegue creativo, la película también cuenta con una acentuada exploración en los símbolos, tan propios de la narrativa cinematográfica. Todo este entramado artístico se ve soportado por una penetrante voz en off, que más que guiar la narración lo que pretende es exaltar la poetización de las imágenes, y concebir reflexiones intimistas.

Una mixtura entre realidad, fantasía y remembranzas en donde estos tres ambientes se sobre-escriben, complementan y disocian a sí mismos, a través de los cuales se mueve Luo (el protagonista) tratando de entender el pasado y de encontrar a su amada. Sin embargo sus memorias son fragmentos que le son tan personales como distantes, que él realmente no logra organizarlos para entender lo que ha sucedido (el espectador tampoco), y consecuentemente, encontrarla a ella. Sus memorias y todo lo que lo ha llevado de vuelta a su pueblo natal en busca de esta mujer se convierten en un mosaico visual, pues son mostradas como recuerdos aleatorios y confusos, con una estética profundamente hermosa y triste, que lo sobrecargan de soledad, de arrepentimiento, amor, culpa, rabia y sobre todo, pasado. Este mosaico está hecho de diferentes secuencias de imágenes, en donde cada secuencia está compuesta con una potencia y profundidad tal, que cuentan una historia por sí mismas. Las imágenes de esta película tienen un poder autónomo, con una composición supremamente sensorial, hipnótica y persistente a pesar de los rumbos que toma el contenido y la forma.


La narrativa de Gan Bi no se adapta a la historia, la historia se adapta a su narrativa, y sin embargo no hay disparidad en lo que se muestra con lo que se cuenta. Desde allí, desde esta narrativa tan arriesgada y prominente, propone reflexiones y símbolos que a veces son superfluos, y a veces incisivamente dolorosos. Este largo viaje hacia la noche, solamente toma forma en su plano secuencia final en 3D de 50 minutos (deliberación que parece ser la firma autoral de Gan Bi, pues también lo hizo en su opera prima Kaili blus [2015]), en un viaje surrealista y minimalista, donde la cámara (y la misma historia), como el punto de vista del espectador, en varias ocasiones lo desafía a ver las cosas desde planos que se oponen a las leyes de la física, pero donde a su vez, la película resulta asombrosamente reveladora, pues sólo allí, alejado de lo verdadero, Luo encuentra respuestas.

viernes, 15 de marzo de 2019

Good morning


Good mornig (2018) es una película libanesa de Bahij Hojeij. Esta película asiste todas las mañanas a acompañar dos ex-militares libaneses que se reúnen a tomar café, a ver el mundo desde su vejez, a llenar crucigramas e iniciarse en el alzheimer.
Una película de colores pastel y blancos relucientes, con una cámara pasiva que transmite más tranquilidad de la que se vive fuera del café donde se reúnen todas las mañanas este par de ancianos. Allí encerrados, ellos conversan desprevenidamente y con un aroma melancólico sobre el mundo que  hay del otro lado del gran ventanal del café, mientras procuran hallar las respuestas del crucigrama luchando contra una memoria que cada vez se les hace más difusa, y entonando canciones que llenan el espacio con su anciana alegría. El aire se procura lento alrededor de ellos, y aunque sus chistes son ya de una época lejana y espanten a los clientes, ellos dos son el alma del lugar. Da la sensación de que estos notorios hombres en la historia libanesa llegan todas las mañanas al café a olvidar, a pasar un buen tiempo mientras la memoria se les consume autónomamente. Es una película sobre el olvido, un olvido superfluo, sigiloso, casi imperceptible que se esconde tras la lucidez de los demás clientes del café. Pero también es una antología a la vida misma: colecciona retazos de la realidad cotidiana libanesa, y del inconsciente colectivo, pero se queda allí, como espiando a toda una sociedad desde un ventanal.
La película propone una reflexión del paso el tiempo, expone a este par de ancianos a los ojos de clientes más jóvenes, y deja que las situaciones se desarrollen, que le espectador vea múltiples reacciones de las demás generaciones ante este par de hombres que los atraviesa el tiempo. Plantea el reconocimiento y negación de los lazos que unen a todas estas personas, pero no da ningún veredicto, sencillamente es el cuadro de un café libanés cualquiera.
En definitiva, esta película es tan sólo la representación de dos ancianos que tienen un rito todas las mañanas alrededor de un café y el crucigrama del periódico, que contemplan y reflexionan su contexto desde allí, mientras el mundo a su alrededor, los soporta, los recrimina o los consiente, dándole así paso a los más jóvenes, los que aún se sostienen, quienes en su mayoría no logran tener empatía con este par de viejos, así como el espectador tampoco logra hacerlo.

miércoles, 13 de marzo de 2019

Carmen y Lola




Carmen y Lola (2018), es una película española dirigida por Arantxa Echevarría. Este drama tiene lugar a los alrededores de Madrid, en un pequeño mercado donde los gitanos venden sus productos. Allí se conocen Carmen y Lola, quienes en contra de todo certamen, emprenden su historia. Una historia como tantas otras, sobre el primer amor gay y sus implicaciones.

Una película convincente, aunque tenga actuaciones vacilantes; de bajo presupuesto, sucia, que busca la belleza a través de un romance puro, inocente, arriesgado y sustancioso. Tiene un muy romántico y cinematográfico uso de los símbolos, aspecto que no es nada despreciable: un trabajo semiológico sensible dentro de un filme siempre demostrará la cultura cinematográfica del realizador, y aunque en este caso la forma en que están producidos los símbolos hace que se pierda tacto en su percepción, que no tengan tanta fuerza, tanto impacto, que no impresionen ni conmuevan lo suficiente al espectador, sí hay un gran intento y una gran idea detrás de ellos. Una pequeña gran película, humilde y honesta, que pide libertad sin tener que gritar, con desarmante dulzura, aunque recaiga en lugares comunes.

Más allá del acercamiento a la cultura gitana Carmen y Lola no plantea nada nuevo, ni en el argumento, ni en la narrativa. Es la reiterativa historia del primer amor homosexual, sin mayores hazañas cinematográficas, en donde lo que se destaca es cómo se desarrolla una atracción fortuita y definitiva entre dos personas del mismo género: es la historia lésbica entre dos gitanas, que tienen que luchar contra sus familias y sus tradiciones para poder consolidar su romance.


La cultura gitana se niega al paso del tiempo, pero el mismo tiempo parece haberla olvidado, y la película (una de las pocas que retrata a los gitanos), no es ajena a esto: explora sus diferentes tradiciones, circunstancias, sus rutinas, las formas en que los discriminan hoy en día, pero también los enfrenta a una situación más contemporánea. Plantea un choque social, que finalmente causa gran controversia en la comunidad gitana española, porque ellos sienten que la película es aberrante y deshonesta con lo que ser gitano significa para ellos. Pues la misma película evidencia la posición desde donde ellos ven las relaciones homosexuales, y lo mucho que las aborrecen. ¿Qué ha de prevalecer entonces, los derechos humanos o las tradiciones culturales?... Desde Diálogos Cine le damos alientos a la directora Arantxa Echevarría, para que siga luchando por un cine incluyente, que le de voz a los que no la tienen, y le deseamos que ojalá vuelva a llegar a  festivales tan grandes como Cannes.

Para ver el trailer.

martes, 5 de marzo de 2019

Candelaria



Candelaria (2017), una coproducción entre Colombia, Cuba, Argentina, Alemania y Noruega, es una película que dirige el chocoano Jhonny Hendrix. En medio del hambre y la miseria de la recesión cubana de la década de los 90s, una pareja a la que se le notan los achaques de la edad, encuentra vitalidad para su vida, su alma, su mesa y su cama, gracias a una cámara que el destino puso en las manos de Candelaria (la esposa).

Esta es una película con colores cálidos y tranquilos, que evidencian un trabajo armonioso entre la dirección de arte y la de fotografía. Y aunque falla en la construcción del personaje malvado, la pareja principal tiene una empatía que vislumbra bondad y mucho amor, todo esto, con el mar y un bolero de fondo.

Este filme retrata una de las épocas más precarias de la historia de Cuba, pero tiene magia espolvoreada por encima. Habla de los trastornos de la edad, del paso pusilánime e irremediable del tiempo, redescubre formas nuevas de amar, invita a asumir lo que se es, a ser feliz con lo que no se tiene, a conquistar una vez más a la persona amada. Es una historia profundamente romántica en un contexto demasiado hostil. Sin embargo esta pareja, aunque desbordante de bondad y pasión, no se deja amedrentar por dicho contexto, siempre existe una picardía y firmeza sobresalientes en ellos ante la atmósfera que los abruma.

En el filme hay un villano que está demasiado caricaturizado, hecho que logra perder la credibilidad del espectador en la veracidad del relato, pero no lo suficiente para no transmitir toda la nostalgia y viveza que destella el filme. Es como Realismo Mágico hecho imágenes. 

Aunque el contexto es muy relevante para que la historia tenga lugar, finalmente la película es de ellos dos, y de cómo su amor se vuelve superlativo al final del camino. 

Una película para ver en tiempos de crisis emocional.


sábado, 2 de marzo de 2019

La profesora de kínder (The kindergarten teacher)


The kindergarten teacher (2018), es un remake de una obra israelí, pero esta vez desde la mirada de una mujer: Sara Colangelo. Una profesora de kinder estudia poesía, pero un día descubre que uno de sus pequeños estudiantes es mejor poeta que ella ¿quiere proteger e impulsar el talento del niño, o proyecta sus deseos y lo que ella es, en el? ¿Quiere que sea su hijo? ¿Se enamora de él? ¿Qué ocurre realmente?

Esta película estadounidense de corte independiente, fuera de sus irrelevantes errores de continuidad, tiene una dirección de arte bastante incisiva, y una de fotografía que apoya este hecho con colores fríos y verdosos, procurando así personajes más laberínticos.

La profesora, interpretada por Maggie Gyllenhaal, pierde muy pronto la cabeza por este niño, pero la película la deja seguir, la deja ahondar entre el enrevesado caos de sí misma. El talento nato del niño la lleva a cuestionarse y resignificar toda su vida, le causa ansiedad, angustia, depresión y desconcierto. Y es a través de esta mixtura de desequilibro que la película pone a prueba la lectura del espectador, quien se da cuenta de que Lisa Spinelli (la profesora), está haciendo mal las cosas, y se está dejando llevar por los impulsos equivocados, pero ¿qué es realmente lo que está haciendo? Indudablemente quiere desarrollar el talento del niño, y que él se haga consciente de ello, pero también hay mucho de lo que ella quisiera ser, que lo empieza a lograr a través de Jimmy (el niño). Es entonces cuando su inestabilidad empieza a tomar forma, y la asecha, como una gigantesca sombra que le cega su claridad, y empieza a sobrepasar los límites de su ética profesional con el niño, y eso se expande a su familia, y a la de él, teniendo consecuencias en su trabajo y en su lugar en la sociedad. No se niega que ella le profesa un amor inconmensurable a Jimmy, pero en ningún momento deja de ser un amor sospechoso, que oscila entre algún delirio erotomaniaco, y un amor maternal mal concebido, pues él no hace parte de la familia que ella ha construido.


Esta película araña el psicoanálisis, exponiendo las fibras de una mujer que busca apoyo, tal vez compañía o que en su círculo la reconozcan por lo que “es”. Un drama introspectivo, insinuante y desequilibrado que vibra al ritmo de poesía surrealista.